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sábado, 29 de agosto de 2020

E U F O R I A «La gallina de los huevos de oro del aprendizaje»




©NEUROMOTRICIDAD BÁSICA APLICADA AL BALONCESTO FORMATIVO  @CoachElisMarrufo


Compañero de  aprendizaje… estas líneas, estremecerán tu corazón, ¿estás preparado?…

E U F O R I A
«La gallina de los huevos de oro
del aprendizaje»
¿Por qué satanizan las celebraciones?

«El liderazgo como entrenador, es luchar con los corazones y las almas de las personas, para lograr hacer que crean en ti» EDDIE ROBINSON

El noveno principio de la PNL reza:
«No existen los FRACASOS, sino solamente mensajes de respuesta».





Todo lo que se señala como problema, obstáculo o fracaso se puede tratar como una indicación de falla en el tablero, de cuan efectivos van siendo nuestros métodos. Las personas que tienen miedo a fracasar viven micro fracasos internos y constantes, que van llenando su tanque emocional poco a poco, hasta convertirse en su ineludible carta de presentación. El miedo a la derrota es uno de los obstáculos más grandes en el camino hacia el éxito. Acompáñame a analizar las siguientes líneas:

Un equipo internacional de investigadores liderado por Christine Heim, Directora del Instituto de Medicina Psicológica de la Universidad de Medicina de Berlín, y Jens Pruesner, Director del centro McGill para estudios de envejecimento de la Universidad de Montreal, descubrieron que cambios específicos en la corteza cerebral reflejaron el impacto adverso del abuso durante la niñez, de acuerdo con estudio publicado en American Journal of Psychiatry. Este grupo de científicos encontró la relación entre daños en el cerebro y traumas que afloraron en la vida adulta.
*    Los niños abusados activaban menos las áreas creativas; solo las defensivas que procesan los abusos, como mecanismo de protección.
*    Cuando los niños crecen, esas partes del cerebro atrofiadas originan problemas de neuromotricidad y aprendizaje en la adolescencia.
*    El abuso emocional de algunos padres y entrenadores, en la temprana infancia, afecta regiones del cerebro vinculadas con la respuesta neuromotriz y a su vez podrían degenerar en la propensión a la depresión, mal humor y reacciones explosivas.
*    «Como adultos tienen dificultad para calibrar sus estados emocionales y encontrar maneras asertivas para ser competitivos, en forma eficaz, sobretodo en situaciones de tensión» Agregó Pruessner
*    Cuando los líderes, padres y formadores permiten drenar las emociones en una dirección positiva, activan lo mejor de las personas y provocan un efecto que se llama RESONANCIA.
*    Cuando por el contrario, lo hacen en una forma negativa, generan una DISONANCIA que impacta los cimientos emocionales sobre los que se basa todo posible desarrollo.
*    Pareciera que la vida adulta y la competición están concebidas para ir contra la naturaleza, nos vemos obligados a actuar en forma antinatural, a tragarnos las emociones, gracias a una creencia desastrosa, a un modo de actuar contrario a lo que somos.
Marie Yap, especialista de la Escuela de Salud Mental Poblacional de Melbourne, Australia, explicó que es factible calibrar la relación precisa de tratos hostiles en la crianza, con otros factores adversos que influirán en la aparición de la depresión, la ansiedad y la baja autoestima y en especial, como consecuencia directa: un deficiente espíritu competitivo, en los niños
«En nuestro psico análisis, la hostilidad incluye conductas paternas como dureza, mezquindad, egoísmo, sarcasmo, crítica, castigo o rechazo hacia los niños, como así también los conflictos entre padres e hijos» Definió la Doctora Yap.
Se ha demostrado que a medida que aprendemos, el cerebro va desarrollando surcos, o sea, interrelaciones o redes neuronales que se convierten en un camino o ruta (de allí lo de «rutina»). Estas redes neuronales funcionan como un switch. Cuando nos enfrentamos ante estímulos similares, el cerebro activa el switch, alimenta el surco ya creado y genera la respuesta. En otras palabras se activa un programa específico… ante estímulos específicos. Mientras más fuerte sea la experiencia o la frecuencia, mayor será el surco y será más difícil de deshacer. De allí la importancia de las mecánicas adecuadas, las repeticiones y las rutinas eficientes, para consolidar verdaderos competidores.
El niño a partir de los 7 años de edad empiezan a configurar sus procesos cognitivos (diferenciación y toma de decisiones) y vale señalar como aclaratoria que el desarrollo físico del adolescente pocas veces va a la par del desarrollo mental y mucho menos del emocional.
Los entrenadores y maestros tienen en sus manos una gran responsabilidad, al aplicar sus métodos de enseñanza, en ocasiones, sin considerar el impacto a futuro en el desempeño y la vida de sus seguidores.
Configurar un atleta exitoso pasa por «instalarle un ideal», una razón para esforzarse, una expectativa de progreso. Articular el optimismo con la esperanza, que es la fe, ese fabuloso coctel básico del liderazgo, hoy en todas partes del mundo: el entusiasmo.
La materia prima del entusiasmo es la euforia. La euforia es la gallina de los huevos de oro del aprendizaje. La endorfina y la serotonina que brotan en los estados de euforia, son los ladrillos de la fortaleza mental


Hay un mundo por descubrir dentro de cada niño y cada joven. Cuando me entero o me comentan sobre algún padre, entrenador o maestro que sataniza y castiga la euforia, solo digo: pobre hombre, ¿cómo la comprende, como la valora… si no sabe qué es eso, si nunca la ha disfrutado?

Los niños necesitan tener infancia, correr riesgos, divertirse, competir, frustrarse y maravillarse conociendo sus capacidades. Ciertos formadores ignoran hasta qué punto la creatividad, la osadía, la algarabía, y la seguridad en sí mismos, como adultos, dependen de la memoria y del despliegue de la energía emocional (euforia) de su etapa de niño.

Algunos adultos habilidosos, disfrazados de magos, pretendiendo que el niño pase a los niveles superiores mediante atajos y/o accesos directos, siempre irrespetan sus delicados procesos lógicos de maduración, solo provocando nefastas consecuencias en el terreno de la emoción, en el anfiteatro de los pensamientos; nada más y nada menos que atrofiando su capacidad de toma de decisiones y lo que es peor… intoxicando el vasto territorio de la memoria.

Te hago una pregunta, cuando un niño llora: ¿te has puesto en sus zapatos? ¿Has llorado con él?... en vez de consolarlo o embobarlo para que se calle. ¿Le haces bullying? o le gritas para «forjar su carácter»: ¡Los hombres no lloran!

Profe ¿usted se volvió loco? ¿Está hablando en serio?

Si alguien es arrogante, pantallero le gusta burlarse en la cara de los demás, no es humilde ¿dónde se encuentra la intención positiva?
¿No le parece absurdo pensar que tenga que comprenderlo?

Mirémoslo de otro ángulo: sucede que los adultos, normalmente, en su mayoría, devolvemos lo que «recibimos en la infancia», toda conducta es un espejo de los traumas o las bondades de la infancia.
Es bueno  amigo formador sepas que cuando un niño deja de llorar abruptamente, le estamos bloqueando un drenaje emocional instintivo: las lágrimas. Ese niño que no le permitiste llorar, ni pudo celebrar porque lo reprendías, cuando adulto muy probablemente hará llorar, se burlará de otros, y atacará a los exitosos, solo para desquitarse las heridas internas que tu como adulto y otros que piensan igual que tú, le infringieron.

El formador sin entrenamiento emocional desperdicia una oportunidad dorada, esos corazones que Dios le pone en sus manos, de aprovechar los miedos y, la frustración para construir sabiduría.
Al decirle a un niño que no celebre le estamos cercenando la capacidad de emprendimiento, la iniciativa, la creatividad y la intrepidez.
Cuando un niño comete un error lo señalamos, lo gritamos a los cuatro vientos, nunca analizamos la «intención positiva» de sus actos, entonces lo fácil es hacerlo sentir culpable, entonces esa culpa inhibirá al niño de pensar y a analizar opciones, y como «efecto dominó» también a quienes observan la reprimenda ¿Cómo alguien, en su sano juicio, puede pretender que el niño observe, escuche, reconozca, evalúe y controle sus emociones, si no le permite despegarlas, si sataniza sus expresiones emocionales?

Imagínate… si tú, es contigo: tienes 10 años, es tu día de cumpleaños y llega tu papá y te dice: «Aquí está la piñata y la torta, no quiero gritos, ni desorden, cómanse su vaina y tumben la bendita piñata, lo más rápido que puedan y punto, hay que tenerle respeto a los vecinos porque son pobres y otros niños del mundo que ni siquiera saben cuándo cumplen años, porque están moribundos en un hospital… ¿qué pasaría, como te sentirías?

Ajá, es exactamente lo mismo cuando un formador desaprueba a un niño porque gesticula, por meter un gol, batear un homerun, hacer una cesta o romperle los tobillos a un rival: le pulveriza el entusiasmo.

Lamentablemente de generación en generación se ha venido imponiendo esta visión «humildad culposa», algo que neurológicamente es una aberración porque impide que el niño aprenda, consolide sus conexiones neurológicas y profundice sus surcos de éxito.

¡Somos los líderes de la cárcel: Estamos dando órdenes, no enseñando a pensar¿

Para el formador de vanguardia ninguna manifestación de euforia lastima o agrede a nadie, excepto a quienes nunca la han saboreado. Ahora te pregunto: ¿Tenemos que hacer a los chicos responsables de las frustraciones de los adultos, que paguen la culpa y los traumas de los rivales o la gente? ¿El formador tiene que a castigar a los niños como seguramente lo hicieron con él?  

Es tan profundo este sentimiento en nuestra sociedad, que no menos del 90% que odia a las superestrellas es debido a la subjetividad de este absurdo «mapa mental», instalado en nuestra memoria por las viejas generaciones. Aquellos débiles mentales que asumen que si alguien ríe en una acera, en la otra, alguien sufre; si alguien es feliz a alguien se siente humillado; si alguien celebra, ofende o si alguien es exitoso, pues hay que “joderlo” como dé lugar, ¿cómo se le ocurre ser el único feliz, el último mohicano en este mar de lágrimas? Es un mundo bizarro, que estamos seguros, esta lectura te hará reflexionar, obvio, si tú en realidad, con la mano en el corazón, deseas progresar.

Sabes que es triste: que muchos entrenadores han enviado a las drogas, al crimen y a la indigencia a generaciones de niños por no permitirles algo tan natural y humano como la euforia.
Si alguien piensa así  -en serio- si fuera coherente, debería botar al perro fuera de tu casa cada vez que le mueva la cola… cuando le recibe.
Cuando escuches a alguien reprimiendo a un niño por sus gestos, lo sano es asegurarse de no confundir la euforia con la burla, que aun así, en todo caso dependería de la fortaleza mental y la autoestima del supuesto  “agraviado”.

Imagínense que fuera un pecado para los karatecas drenar; cada grito ¡JA! y ¡JIAH! es liberando la tensión. Pues, estos “rudos” entrenadores acabarían en 24 horas con la noble práctica de más de 3.000 años de las artes marciales.
Esto simplemente es la euforia: una manifestación subconsciente, a veces incontrolable. 
Mírate al espejo y pregúntate: ¿Formas o deformas? ¿Construyes o destruyes? ¿Amigo o verdugo? La euforia es lo que evita que el entrenamiento se vuelva mecánico, aburrido y sin condimento emocional. La euforia es la que te da de comer, ya que si el niño no se divierte o no aprende, no te reconocerá cuando sea adulto, se irá a otra escuela o practicará otro deporte.
El progreso o la vanguardia es lo único que diferencia a un atleta de los otros y a un entrenador lo rescata de la barbarie o del montón.


UN VIAJE A LAS RAICES

Te vas a sorprender, esto no tiene nada de nuevo: En el controversial Bestseller RAICES (origen de esa impactante película) del famoso escritor afroamericano Alex Haley, baluarte de la lucha contra la esclavitud y la segregación racial en norteamérica, menciona que ya en África Sub Sahariana (Marruecos, Gambia y Mauritania), 500 años antes de la conquista de América, a los niños de 12 a 15 años que aspiraban a alistarse como guerreros de su tribu, los azotes, las kilométricas caminatas sin un sorbo de agua y con el incesante atropello verbal de los adultos, tenían dos mensajes importantes del Kintango (algo como el entrenador o el líder de la tribu):
1.- Obedecer ciegamente y
2.- Mantener la boca cerrada,
como dos cualidades esenciales de un “hombre”.

Uno de los rituales más traumáticos y angustiosos era cuando los padres regresaban de sus largos días de caza: nadie, óyeme bien, pero nadie debía mostrar emoción alguna, eso era una señal de «debilidad», si algún niño «eufórico» corría a abrazar a su padre, si gesticulaba, brincaba o gritaba era severamente azotado por todos, si todos los integrantes de la aldea.

Ahora mírate de nuevo al espejo, ponte la mano en el corazón y pregúntate:
¿Soy un entrenador o soy un Kintango Africano del siglo 15?
Una buena noticia: Para algunos entrenadores, padres, comunicadores y fanáticos con solo comprender este paradigma, la euforia ya no representará ninguna agresión, ni ninguna ofensa; el conflicto aparece solo a partir de la interpretación de las personas desconocedoras de la historia y la naturaleza humana, por nuestro obsoleto modelo de mundo, al regirnos repetir como loros (sin cuestionar) nuestro culturalmente distorsionado mapa mental.

Un formador Neurocodificado, un coach de vanguardia, conocedor del cerebro de sus chicos, sin complejos, ni libretos obsoletos, sin resentimientos y de mente abierta, será uno de los héroes sin capa, eterno en el corazón de los niños, intentando siempre generar un ambiente propicio para la formación.
Hay dos tipos de entrenadores inolvidables:
1.   Los que generan traumas (disonantes) o,
2.       Los que generan… euforia (resonantes). 
TÚ DECIDES.


¡BIENVENIDOS A LA JUNGLA! BUENA SUERTE.








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